El enigma del navegante by Armando Cuevas Calderón

El enigma del navegante by Armando Cuevas Calderón

autor:Armando Cuevas Calderón [Cuevas Calderón, Armando]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2021-07-01T00:00:00+00:00


TERCERA PARTE

13

NEGOCIOS DISTINTOS

Kiev, Ucrania.

A las doce y veinte de la noche, el avión donde viajaban Carla, Mikel y Flavio tomó tierra en el aeropuerto de Boryspil, después de un viaje de diez horas, incluidas las más de cinco que tuvieron que esperar durante la escala en Frankfurt. Para colmo, aunque al hacer las maletas eligieron las más pequeñas para no tener que facturar, al final Flavio necesitó hacerlo, ya que había olvidado que llevaba la pistola de La Guerra de las Galaxias en su mochila y no se la dejaron subir al avión. Por esa razón tuvieron que esperar a que saliera su equipaje más de media hora, y luego coger un taxi hasta Kiev, a más de treinta kilómetros. Total, que cuando quisieron llegar al hotel ya eran cerca de las dos de la mañana.

Sin embargo, el enfado que tenían la periodista y el arqueólogo con Flavio se difuminó como el humo de un cigarro cuando entraron en el lujoso hall del Fairmont Grand Hotel Kyiv.

—¡Joder, está mucho mejor que en las fotografías! —exclamó Mikel.

—Si se viaja, hay que hacerlo a lo grande —apostilló el hacker, que hasta ese momento había permanecido callado igual que un muerto.

—Después del viajecito, bien nos lo merecemos —rubricó Carla.

Tras confirmar la reserva y entregar los pasaportes a la amable y bellísima recepcionista, esta les dio las llaves magnéticas.

—¿La primera vez en Kiev? —preguntó, en un perfecto inglés aderezado por el aleteo de sus enormes pestañas.

—Sí —respondió Carla.

—¿Trabajo o placer?

—Ambas cosas —contestó la periodista, ante el mutismo de los dos hombres.

—Magnífico. Les informo que todas las habitaciones miden cuarenta metros cuadrados y tienen balcón a la calle. Disponen de televisión plana, escritorio, baño privado con albornoces, zapatillas y artículos de aseo. También de WIFI y minibar.

—Yo lo que tengo es un hambre canina —se animó a decir Mikel, espontáneo.

—Y yo, y yo —suscribió Flavio acodado en el mostrador, hipnotizado por los hermosos ojos azules de la mujer.

—El restaurante del Fairmont es el Vogue, que ofrece un amplio y exquisito menú a base de platos europeos, chinos y ucranianos —explicó la recepcionista, solícita—; pero, lamentablemente, a estas horas ya está cerrado.

—Bien, gracias, nos apañaremos —intervino Carla, que se moría de ganas por llegar a la habitación.

—No obstante —continuó la recepcionista—, nuestra cafetería siempre está abierta. Puedo pedir que les preparen un tentempié y se lo suban a sus habitaciones.

—Es usted muy amable. Le estaríamos eternamente agradecidos —se entusiasmó Flavio—. Dígales que añadan postre. Algo dulce. Y fruta. Si es posible.

—Descuide —dijo ella, exhibiendo una sonrisa de anuncio.

—Entonces, todo arreglado —concluyó Carla, tirando de su trolley camino del ascensor.

Mikel y Flavio la siguieron después de despedirse de la recepcionista durante más tiempo del estrictamente necesario.

Sus respectivas habitaciones se encontraban en la quinta planta, y la subida se produjo en absoluto silencio. Cuando llegaron, y las puertas del ascensor se abrieron, Carla los detuvo antes de que salieran.

—Cuidado, no os resbaléis con vuestras babas.

—Muy graciosa —dijo Mikel—. Solo pretendíamos ser amables.

—Es verdad. Amabilidad latina —lo apoyó Flavio.

—Seguro



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